Se acerca el 1 de noviembre, día en el que se celebra a todos los santos. Pero ¿sabemos verdaderamente qué es ser santo y cómo se llega a serlo?
Muchas veces, cuando pensamos en los santos tendemos a idealizar. Nos imaginamos a personas perfectas, sin errores ni defectos con una larga lista de características y requisitos que convierten a la santidad en un camino que parece casi inaccesible para personas como tú y como yo, llenas de imperfecciones y limitaciones.
No obstante, lo cierto es que los santos no son diferentes a nosotros. Hay santos de diversas edades, de distintos países, altos y bajos, ricos y pobres, algunos con fuerte carácter y otros tranquilos. Unos han sido santos desde pequeños, otros vivieron una vida alejada de Dios hasta su encuentro cuando crecieron. Todos llevaron sus cruces como tú y como yo. También estaban llenos de defectos y tropezaban, una y otra vez. Pero ¿sabes qué los hacía diferentes? Su abandono en Dios. El reconocer su pequeñez y saberse necesitados de Él. Supieron abrazar y recibir la gracia de Su amor, convirtiéndose en pequeñas barcas movidas por el aliento que da vida.
Ahí está el secreto para ser santo. Decir sí a Jesús, sí a seguirlo, sí a amar como Él amó. Dar un sí sin medida a Su amor y a su voluntad, dejando que sea Él quien lleve nuestra vida. Entender que hemos sido creados por y para amar. Es amando y sirviendo como ganamos la vida, recordando que todo lo que hacemos debe ser con vistas a la eternidad, sabiendo que nuestra meta es el Cielo.
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