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Segunda comparación: animales: ranas y codornices

Foto del escritor: José Antonio García LópezJosé Antonio García López

(Sb 16,1-4)

 

Y después de un paréntesis enorme nuestro autor vuelve a tomar el hilo que ya había iniciado. Y como hace mucho tiempo de eso me tienes que permitir que te recuerde alguna cosa que te dije hace ya mucho tiempo.


Sé que corro el riesgo de ser pesado y repetitivo, pero no me gustaría seguir adelante sin tener algunos conceptos claros. Siete comparaciones entre los egipcios y los israelitas. Dos principios para cada una de ellas. El mismo elemento que usa para castigar a los egipcios es el que usa para proteger a Israel. El mismo elemento que usó Egipto para pecar es el que usa Dios para castigarlos. Siempre un elemento de la naturaleza al servicio del Señor. Dios creador y soberano absoluto del mundo.


Una mirada al pasado. Un recuerdo agradecido de los cuidados que ha tenido Yahveh con su pueblo escogido. Y este recuerdo se eleva hasta el cielo. Por eso todo esta parte del libro es una larga oración que parte de la historia, anamnesis hímnica, dijimos. Por eso tantas veces se dirige a Dios en segunda persona: “tú”. Una mirada al pasado, pero con un ojo puesto en el presente, en la situación de los judíos en el momento en que se escribe el libro. Peligro de abandonar a Yahveh para seguir a otros dioses. Deseo de renegar de la historia para conseguir prosperidad económica y social. Y también con un ojo puesto en el futuro. Cuando llegue el día del Señor entonces se verá con claridad quiénes son los que ganan y quiénes los que pierden en esta guerra. Son cosas que ya te he dicho antes. Te las he repetido con muy pocas palabras, por recordar lo esencial.


Ya vimos, hace tiempo, la primera comparación: el agua. Con el agua del Nilo convertida en sangre castiga a los Egipcios, porque ellos habían matado a los niños de los judíos en esa misma agua, en ese mismo río. Y con el agua que brota de una roca cuida el Señor a Israel en medio del desierto. Y entonces hace como un amago de comenzar la segunda comparación (cfr. Sb 11,15). Empieza hablando de los animales con los que Dios castigó a Egipto. Se detiene en enunciar lo que he llamado el segundo principio: los castiga con animales porque ellos pecaron con animales. Y aquí se quedó parado. Y vinieron las dos largas digresiones. Y ahora, más de cinco capítulos después, sigue con el tema.


Al final de la segunda digresión hemos hablado del culto a los animales, así que ahora empalma con el castigo correspondiente y el cuidado de Dios hacia su pueblo.


Lee el texto, es breve, y ya te suena.

 

Por eso, fueron justamente castigados por seres semejantes

 y fueron atormentados por una plaga de alimañas. 

2En vez de ese castigo, favoreciste a tu pueblo

 y, para satisfacer su apetito,

 les proporcionaste como alimento

 un manjar exquisito: las codornices. 

3Así que los egipcios, aun estando hambrientos,

 perdían hasta el apetito natural,

 asqueados por los repugnantes bichos que les habías enviado,

 mientras los israelitas, después de una breve privación,

 saboreaban un manjar exquisito. 

4Pues era justo que aquellos opresores sufrieran un hambre irremediable,

 mientras a éstos bastaba con mostrarles cómo eran torturados sus enemigos. 

 

Por parte de los egipcios el autor hace referencia, de una tacada, a cuatro de las plagas de Egipto: la de las ranas (cfr. Ex 7,25-8,11), la de los mosquitos (cfr. Ex 8,12-15), la de los tábanos (cfr. Ex 8,16-28) y la de las langostas (cfr. Ex 10,1-16). Seguro que te suenan, pero si quieres estar más seguro de lo que pasó échale un vistazo, te ayudará a entender mejor el texto.


Por parte de los israelitas nos habla de aquella vez que el Señor hizo que se hartaran a comer carne de codornices cuando iban por el desierto (cfr. Nm 11,31-33).

Para su pueblo un manjar apetitoso, para Egipto todo lo contrario. Las langostas aniquilaron todas las cosechas, las ranas muertas producían un olor tan desagradable que hasta el apetito desaparecía.


Como estamos acostumbrados el autor simplifica los acontecimientos. Es cierto que el regalo de las codornices viene después de una fuerte murmuración de todo el pueblo contra Yahveh (cfr. Ex 16,2-13). También es cierto que, como castigo por su falta de confianza, algunos de ellos encontraron la muerte en las mismas codornices (cfr. Nm 11,33-34).


Pero eso no es lo que interesa al autor. Se conforma con hacer una ligera alusión cuando dice después de una breve privación (Sb 16,3) y que esto fue sólo para mostrarles cómo eran castigados sus enemigos (Sb 16,4).

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