¿Seremos capaces de “crear” seres humanos “nuevos” o “mejores”? ¿Lo queremos realmente?
Que vivimos una época profundamente marcada por lo tecnológico es una obviedad, pero es el punto de partida necesario para entender el transhumanismo: una propuesta que nos invita a repensarnos (para algunos a re-crearnos) a luz de las innovaciones tecnológicas. ¿Qué es esto del transhumanismo? Quizás una respuesta a un exceso de fascinación por la ciencia y por la tecnología.
No nos engañemos, puede que pensemos que es “algo” novedoso o del futuro: en realidad no es más que una vieja pregunta vestida con ropas nuevas, y además pertenece a nuestro hoy a nuestro presente. El transhumanismo intenta responder a un viejo anhelo humano de crecimiento y de continua mejora, un anhelo de superación de nuestras propias limitaciones. Ahora bien, es verdad que este anhelo no es nuevo pero sí son nuevas, y tremendamente potentes, las posibilidades que los avances actuales que la ciencia y la tecnología proporcionan.
El transhumanismo trata de superar el propio ser humano. En su versión más extrema el transhumanismo propone la superación del ser humano por una especie nueva que sería el poshumano. El prefijo trans- nos recuerda esta idea de estado transicional hacia esta realidad nueva.
El transhumanismo pues podríamos decir consistiría en un dejarnos seducir y fascinar en tal grado por los avances de la ciencia y de la tecnología que pensemos que somos capaces de transformar al ser humano que conocemos en un ser distinto, mejor. ¿Seremos capaces de “crear” seres humanos “nuevos” o “mejores”?
Al hablar del transhumanismo corremos el riesgo de pensar que la cuestión central es la aplicación de la ciencia y de la tecnología. En realidad, la cuestión nuclear a la que nos enfrentamos es la de ¿qué imagen, qué idea de ser humano existe detrás de todos estos planteamientos? Es decir, el transhumanismo nos devuelve a la pregunta fundamental por el ser humano. Se evidencia que la pregunta del salmo sigue abierta: «¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él te cuides?» (Sal 8, 5).
Los avances científico-tecnológicos han puesto de relieve la capacidad de crecer y de mejorar nuestras vidas, eso nos hace intuir que también nuestra propia realidad como seres humanos se verá afectada, por eso surge la pregunta fundamental sobre el sentido último de nuestras vidas y sobre todo si realmente queremos aplicar todos esos desarrollos para “modificar” el ser humano.
No podemos obviar que si deseamos mejorar o aumentar las capacidades humanas es porque implícitamente estamos considerando que en el fondo, o bien somos débiles, o bien, no estamos bien realizados. Desear mejorar, no es novedoso, de hecho, la idea de mejorar, sobre todo si hace referencia a la mejora moral, ha estado presente prácticamente en todas las culturas y religiones, pero hasta ahora hablábamos de mejora personal e individual por medios culturales y educativos. La novedad del transhumanismo es intentar forzar esa mejora aplicando avances farmacológicos, implantes tecnológicos o incluso la edición genética.
Sorprendentemente la idea de mejorar supone también un gran reto: mejorar qué y, sobre todo, para qué. Es evidente que si soy estudiante me gustaría poder tomar una píldora que me ayudara a memorizar perfectamente todo lo que hiciera ese día de estudio, pero ¿y si ese día me ocurriera un hecho violento, dramático que me impactara negativamente en mi vida? ¿Querría guardarlo indefinida y nítidamente en mi memoria? Quizás en este último caso poder olvidarlo ayudaría a sanar ese trauma posterior. ¿Es siempre mejor potenciar nuestra memoria? Es un mero ejemplo que nos recuerda que mejorar supone una valoración subjetiva, no es tan sencillo llegar a un consenso sobre que es realmente mejor. Con más motivo, si cabe, cuando nos referimos al ser humano.
También nos surgen preguntas sobre quien se beneficiaría de estos supuestos avances ¿estarían disponibles para todos o solamente para algunos afortunados capaces de costearlos? Quizás este deseo de mejora tecnológica esconde detrás del mismo un deseo de establecer nuevas distinciones o clases sociales: los mejorados y los no mejorados.
Es verdad que muchas de las propuestas no son factibles hoy, quizás, o no, lo sean en el futuro. Pero ya hoy vemos algunos elementos que van permeando nuestro ámbito cultural y que forman parte de un transhumanismo cultural o de baja intensidad. Por ejemplo, la negación del sufrimiento, esconder la muerte… Nuestro imaginario cultural nos propone una visión irreal del ser humano (joven, sano, fuerte) que esconde la debilidad, la enfermedad y el sufrimiento.
Por eso a la pregunta de si ¿seremos capaces de “crear” seres humanos “nuevos” o “mejores”? debemos añadirle: ¿lo queremos realmente? Preguntas que podríamos traducir cómo ¿queremos superar al ser humano? O preferimos ¿ser más auténticamente humanos?
Comments