Domingo XVIII del Tiempo Ordinario – Ciclo B
El hombre busca seguridades, algo que le dé estabilidad en su vida futura, ya sea dinero, fuerza, poder… También en la época de Jesús pasaba igual, porque el corazón del hombre poco cambia de un tiempo a otro. Pero, a diferencia del “maná”, que es una comida que no liberaba a Israel de la incertidumbre de cada día -todos los días debían recoger lo necesario para ese día, excepto el viernes, que recogían doble por el descanso sabático-, Jesús se presenta ante su pueblo como “el pan que sacia el hambre para siempre y da seguridad en la vida”.
El pueblo de Dios, peregrino por el desierto, añora y recuerda las ollas de carne, incluso las cebollas que comía en Egipto. Tiene hambre y murmura. Era necesario que Dios pusiera a prueba a su pueblo para que éste tuviera conciencia de su condición de indigente y pobre, al tiempo que pueblo libre. Igual nos pasa cada día a nosotros, que murmuramos de Dios cuando no encontramos la seguridad del trabajo, de la respuesta esperada en los hijos, de las esperanzas frustradas en la vida, etc., etc. El “maná” es la respuesta divina a las reclamaciones y las murmuraciones de un pueblo hambriento. Es signo generoso de la presencia de Dios, que no abandona a Israel.
El “maná” era “el pan del desierto”. Pero ahora Jesús ofrece “otro maná”: es “el pan de la Vida Eterna”. La multitud buscaba ansiosa a Jesús, muchos sólo para ser espectadores de nuevos y portentosos signos. Esto no ha cambiado tampoco con el paso del tiempo: cuántos viven esperando “milagros”, una respuesta fantasiosa de cojos que andan, ciegos que ven, enfermedades irrecuperables sanadas… Jesús va a rechazar sus deseos e intereses, y les va a proponer algo diferente: deben buscarlo y seguirlo no por la curiosidad o por los milagros, sino por el pan de la vida eterna que es capaz de otorgarles. Todos nosotros hemos crecido -y vivimos- inmersos en el consumismo, en ocasiones desaforado, y ante esta realidad hoy Jesús nos advierte -como hizo entonces a sus paisanos-, y dice. “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre”.
Hoy día, como en cada época de la historia, es necesario satisfacer el hambre, compartir los bienes… en definitiva, hacer justicia. ¿Quién puede ponerlo en duda? Cáritas, Manos Unidas, Jesús Abandonado, y tantos y tantos, trabajan en este sentido, sensibilizando y aportando soluciones. Sí, pero no se puede vivir sólo de pan. El “maná” fue alimento “de corta duración”, efímero. El verdadero pan dura para siempre. Jesús lo identifica con su propia persona: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed”.
¿Quieres -querido amigo lector- no tener hambre ni sed en tu peregrinar en la vida?, ¿quieres verdadera seguridad en tu vivir cotidiano fuera de falsas seguridades humanas? Ya lo sabes, busca, acércate… y sáciate de Jesucristo Eucaristía, “pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación”.
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