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Foto del escritorLuis Emilio Pascual Molina

¡Señor, que pueda ver!

Domingo XXX del Tiempo Ordinario – Ciclo B


“Dale limosna, mujer; que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”. Refleja el bello romance una situación social de los ciegos muy similar a la que pudo contemplar Jesús en Israel, donde la ceguera era un mal corriente. ¿Qué puede hacer un ciego sino extender la mano y esperar limosna?


Sin embargo, hay otra ceguera aún peor: “No veo nada”, se escucha en algunas conversaciones, y entendemos que alguien se encuentra sin saber qué dirección tomar. El hombre difícilmente se reconoce “ciego”, y suele tomar conciencia de su ceguera con el sufrimiento, que le llega como una nube en los ojos, como unas cataratas; la respuesta suele ser el reproche a la propia vida, a los demás, a Dios, el tirar la toalla en la lucha de la vida, se avinagra el carácter, llega la depresión... y en el caso límite se acaba en suicidio.


Si lo pensamos un poco… “todos andamos un poco miopes”: ¿qué actitud tomo ante mi hijo: comprensión, perdón o mano dura?, ¿no sería mejor divorciarnos?, ¿para qué seguir esforzándome si no me lo tienen en cuenta?, ¿le decimos que tiene cáncer o lo envolvemos en mentiras sus últimos días?, ¿no habré hecho el tonto con esta familia numerosa?, ¿para qué estudiar si voy al paro?... ¿Solución?: la de Bartimeo, el ciego de Jericó: sentarse al borde del camino, a la orilla de la vida… y extender la mano pidiendo una limosna, mendigar unos afectos que compensen mi desgracia, etc.


Bartimeo había oído hablar de Jesús; escucha el murmullo…, el Maestro pasa cerca, y sin dudar un instante… ¡grita y grita!, necesita ser escuchado, quiere salir de su postración y recuperar su dignidad de persona. ¿Qué es la oración sino un grito al único que puede sacarnos de las tinieblas y devolvernos la luz, a la esperanza y a la vida? Bartimeo pasó de las tinieblas de la orilla del camino a la vereda de la luz; se disiparon para siempre sus oscuridades, su soledad se convirtió en compañía y se unió al cortejo del Hijo de David: pasó de la fe al seguimiento.


Pidamos nosotros al Señor que ilumine la mente de los científicos y que dirija la mano de los oftalmólogos, y así desaparezca la discapacidad que supone la ceguera. Pidamos también, mientras tanto, que reciban de sus hermanos algo más que limosna, y se eliminen las barreras que impiden su integración.


Pero mucho más importante, deseemos y pidamos que a todo hombre o mujer que sufre las tinieblas de la propia existencia, se le acerque la Iglesia de Jesucristo y le anuncie con gozo de parte del Maestro: “¡Ánimo!, levántate, que te llama”. Y que entonces, sin temor, sepa responder: “¡Señor, que pueda ver!... ¡Señor, que sepa tomar el camino adecuado en mi vida!... ¡Quiero seguirte!”.

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