Domingo XXXI del Tiempo Ordinario – Ciclo B
La experiencia diaria nos enseña que la causa más universal de sufrimiento no es la enfermedad, ni la guerra, ni el hambre, ni otras similares, sino la falta de amor. Y Juan, el discípulo amado, el joven imberbe que recostaba su cabeza sobre el pecho de Jesús, nos dejó escrito: “Quien ama ha conocido a Dios, quien no ama no ha conocido a Dios… porque Dios es Amor”. También hoy, como aquel escriba que interrogó a Jesús, preguntamos qué es lo esencial en la vida cristiana... Y es que cuando en la vida priorizamos miles de cosas secundarias nuestro corazón se llena de preocupaciones, y vive vacío de lo esencial. Urge, pues, encontrar lo verdaderamente importante, porque entonces podremos ser auténticamente felices.
“Escucha Israel: el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria”. Así exhortaba Moisés al pueblo sobre lo esencial y esas mismas palabras las retoma Jesús para contestar al escriba, y añade: “El segundo es éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo; no hay mandamiento mayor que estos”. Pero Jesús y Moisés comenzaron diciendo: “El primero es: ¡Escucha, Israel!, el Señor, nuestro Dios es el único Señor”. Entones, y sólo entonces, cuando se le reconoce como único Señor, se le puede amar con todo el ser, todo el corazón y todas las fuerzas.
¡Escucha! ¡Shemá! Los israelitas están acostumbrados a oírlo a diario; educan a sus hijos repitiéndolo a tiempo y a destiempo, en casa o yendo de viaje, al acostarse o levantarse, y lo clavan en las puertas y lo llevan en las muñecas, como señal. ¡Vaya pelmas!, dirás. Quizás… pero piensa un poco: lo que para mí es importante lo repito una y mil veces, “lo saco a colación” en cualquier conversación, lo tengo presente a cada momento… Y si no, veamos esta experiencia: si, como es normal, tú crees en el dinero, observa qué haces y qué expresiones utilizas a diario: “El dinero es lo que importa”, “no sabes cuánto cuesta ganarlo”, “el canalla de…no me paga”, “no gastes tanto”. Lo dirás en casa o de camino; y al acostarte y levantarte: “apaga ya la luz, que no la regalan”. Y lo llevarás en la muñeca -como una joya-, y constantemente recordarás “cuán buena es una oportuna inversión”, y este diosecillo enano estará clavado en tus puertas a modo de mil cerrojos, signo de cómo peligra y cómo se defiende tan precioso bien. Y en la publicidad, y en revistas, y a toda hora te lo repetirán: “¡Escucha!, el dinero es lo que importa, gana, juega, participa en sorteos…”.
Mientras en nuestra vida haya señores -diosecillos- de más importancia que “el Señor”, no cabe que “corazón, alma, mente y ser” se dediquen a Él, ni es posible que el prójimo sea amado por encima de intereses propios.
“¡Shemá!, ¡Escucha!... sólo Dios es Dios, Él es el único Señor”. Descubrir esto es un privilegio, porque lleva al Amor -en mayúscula-, a un amor que nunca decepciona y que satisface plenamente al hombre.
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