En el capítulo decimocuarto del libro séptimo de la Política, Aristóteles lleva a cabo una incursión en la noción griega de educación (παιδεία, paideia). El planteamiento de partida es el reconocer a la institución educativa como un principio material de la ciudad (πόλις, pólis) en un triple aspecto. La παιδεία es conditio sine qua non de la existencia de la πόλις; conditio sine qua non de su perpetuación en el tiempo; y, finalmente, en su sentido teleológico, como el instrumento propio, el medio óptimo, a través del cual la πόλις puede si quiera alcanzar su finalidad objetiva: producir una sociedad de hombres libres (ἐλευθέρων. eleuthéron), que sean prósperos y felices.
Proclamada la dignidad de la educación como condición necesaria de la realización última de la vida civil humana, Aristóteles advierte que, entonces, debe ser tarea primera del legislador “ver cómo los hombres serán buenos, mediante qué medios, y cuál es el fin de la vida mejor” (Pol., VII 14, 1333 a 14-16). Dicho con otras palabras, que la primera pregunta que debe hacerse todo legislador, como si de un imperativo categórico se tratase, es: ¿qué tipo de hombre quiero producir?, ¿quiero un hombre libre o un cierto tipo de esclavo?, pues todo gobierno, se establece ya en interés del gobernado o gobierno de los libres, ya en interés del gobernante o gobierno despótico (ibid. 1333 a 4-6).
En orden a establecer la lógica interna de la recta educación, Aristóteles introduce la clásica distinción entre aquellas actividades necesarias y útiles en relación a otra cosa, por un lado, y por otro, aquellas que son fines en sí mismas, siendo las primeras condición de posibilidad de las segundas y, las segundas, el fin propio de las primeras: “Así, toda vida se divide en trabajo y ocio [σχολή, scholé], en guerra y paz, y de las acciones, unas son necesarias y útiles, y otras bellas [καλὰ, kalá]. Que la guerra exista con vistas a la paz, y el trabajo con vistas al ocio, y las acciones necesarias y útiles con vistas a las cosas nobles. Entonces el político habrá de legislar teniendo en cuenta todo esto” (ibid. 1333 a 30-37), pues “un hombre debe ser capaz de trabajar y de guerrear, pero más aún, de vivir en paz y tener ocio, y llevar a cabo las acciones necesarias y útiles, pero todavía más las nobles. Por consiguiente, a estos objetivos hay que orientar la educación de los que aún son niños y de las demás edades que necesitan educación” (ibid. 1333 a 41-b, 5).
Así, la educación debe incluir una preparación para la guerra, sí, pero con vistas a la paz; y una preparación para el trabajo, pero éste con vistas al ocio. Ahora bien, ¿qué ocio? Quizás merezca la pena hacer notar en este punto que el griego σχολή (de dónde proviene schola, escuela), así como el latín otium (ocio), no es un término usado para denotar un espacio de tiempo disoluto en el que el individuo, por así decirlo, pierde el tiempo. El significado incluye, más bien, la idea de un tiempo dedicado a aquellas actividades no instrumentales, que ven su finalidad objetiva en ellas mismas, que son fines per se. Por eso, se lo opone al tiempo del trabajo, en el que el individuo realiza acciones en vistas a cumplir una función instrumental dentro del conjunto social. Así, entre todas las acciones humanas, aquellas que son propias del tiempo ocioso con cosas tales como la contemplación, la lectura pausada, la reflexión, el recogimiento interior, la fruición estética, el arte, las relaciones de amistad con los verdaderos amigos (aquellos que busca lo bueno y lo mejor para el otro en cuanto tal), el cuidado del alma o el culto a los dioses. En otras palabras, el espacio en el que, en su sentido primero, se realiza el ideal latino de la humanitas, pace Cicerón en su Pro Archia.
La cuestión cobra su punto álgido en medio de la dura crítica aristotélica al modelo educativo de la ciudad de Esparta, cuyo legislador “todo lo ordenó con vistas a la dominación y la guerra” (ibíd.1333 b 14), no a la guerra por la paz. En otras palabras, que la suma importancia del esquema aquí propuesto se hace especialmente patente por vía negativa: ¿qué le sucede a aquella πόλις que no tiene en cuenta la finalidad propia de la educación (guerrera en este caso)?, ¿qué le sucede a aquella πόλις que encuentra el fin de la educación en algo impropio, convirtiendo incluso el medio en fin? En este punto, Aristóteles sentencia [comento entre corchetes]: “Que el legislador debe afanarse con preferencia por ordenar las disposiciones sobre la guerra y lo demás con vistas al ocio y la paz, los hechos atestiguan las palabras. En efecto, la mayor parte de tales ciudades [como Esparta] se mantienen a salvo mientras luchan [son esclavas de la guerra, de que toda la maquinaria del Estado vaya entonces dirigida al constante estado de guerra], pero, cuando han conquistado el imperio, sucumben [pues han perdido su finalidad y su economía se hunde], como el hierro pierde el temple en tiempo de paz. Y el responsable es el legislador, por no educarlos para poder llevar una vida de ocio [la ciudad en su conjunto no sabe existir sin la guerra, el medio se ha convertido en fin]” (ibid. 1334 a, 6-10).
A ti, lector, te pregunto. ¿Con vistas a qué fines estamos educando? ¿Educamos para el trabajo y éste con vistas al ocio? Si es el caso, ¿a qué ocio? En una sociedad en lo que sólo vale lo que vale para otra cosa, como lo instrumental y servil, ¿hemos pervertido el medio en fin? Al carecer de qué cosas, el ciudadano de hoy sucumbe. Y, por último, ¿qué tipo de ciudadano se ha querido producir?, ¿un hombre libre o un cierto tipo de esclavo?
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