En la actualidad el centro de gravedad de la religión se ha desplazado de la autoridad y la tradición a la experiencia (Prof. José Morales Marín)
Donde no mucho tiempo atrás existía la costumbre o el hábito religioso, acompañado de la devoción o piedad popular; hoy hablamos de experiencia en términos vivenciales, no de experimento o maestría. Los renovados movimientos religiosos que en las últimas décadas registra nuestra Iglesia así lo evidencian. Cada vez más, hay menos cristianos católicos sin “apellidos”, eso es, no pertenecientes a ningún grupo o movimiento de los referidos.
Habría que preguntarse qué aprovechamiento de la situación actual hace la catequética y la pastoral, en qué ubicaciones se encuentra, o a qué “periferias” sale, como diría nuestro papa Francisco.
No estaría de más preguntarnos, también, qué formación acompaña esta vivencia nueva de la fe. Desde nuestra antropología cristiana hablamos de unicidad de la persona. La imagen de Dios es única, genuina, irrepetible y elegida, por todo ello, amada. No somos partes que se diseminan según el contexto en el que estemos, tampoco saldrá de nosotros un espíritu que se despliegue de nuestro ser corporal cuando dejemos de existir. Somos un todo irrepetible, en palabras bíblicas: basar, nefes, ruah… y en nuestro ser totalizante se da la experiencia de la fe.
Es por esta novedad por la que nos preguntamos qué formación acompaña a este todo sensorial, instintivo, sentimental, racional y espiritual que somos. Un acompañamiento pastoral o catequético que no tenga en cuenta la teología de la persona, asumida como prioridad, junto con la de la Iglesia, pueblo de Dios, por el Concilio Vaticano II en la Lumen gentium o la Gaudium et spes; resulta un acompañamiento no ajustado a la dignidad de hijos de Dios.
El entrenamiento de la fe actual ha de asumir las distintas dimensiones que conforman al prójimo para ofrecerle, así, esa Verdad que nos hace libres.
Según lo dicho, el abordaje del ejercicio pastoral y catequético se presenta hoy como una tarea para la que, además de la vocación de servicio y la buena voluntad, es urgente una formación que esté a la altura de lo que llevamos entre manos: ni más ni menos que la obra maestra de la Creación para hacer presente el aquí y ahora del Reino.
Ofrecer una acogida asequible en todos los planos que la persona requiere a través de las Iglesias locales en todas sus manifestaciones es un reto al que los cristianos nos enfrentamos desde siempre, sin embargo, no siempre hemos estado inmersos en una sociedad que deja de otorgar sacralidad a la naturaleza o eclipsa a Dios proponiendo el blue monday frente a el evangelio del día (donde hoy, lunes 16 de enero, Mc 2, 18-22 nos propone la alegría de la boda frente al ayuno de los tristes del lunes azul).
La actualidad de la Palabra y del Magisterio es asumible en todos los planos de la sociedad, y es ahí donde la persona única y toda vive. Dios sigue actuando, pero el hombre, en ocasiones, lejos de estar en silencio para escuchar, se encuentra en soledad. Es por ello la urgencia de sosegar la innegable tendencia divina a la que todos estamos llamados para la consecución del plan que Dios nos promete: la felicidad.
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