Es ineludible la pregunta por la relación entre vocación y profesión. Nos referimos a la vocación cristiana. Conviene clarificar que se trata de realidades de distinto orden. La vocación está en el primer plano, en el de los fines, y la profesión está en el segundo plano, en el de los medios.
La llamada de Dios ocurre en la vida del hombre de un modo misterioso. Pero es necesario que la persona tome conciencia de ese don. Existen diversos niveles de conciencia del llamado de Dios: el de la vocación humana, el de la vocación cristiana o bautismal, el de la vocación específica. La profesión será interpretada desde el nivel de conciencia vocacional que cada persona tenga:
El primer nivel es genérico. Es una vaga conciencia vocacional. Consiste en dar algún sentido a la vida y a las realidades que ella contiene. Un sentido y valor humano. Es lo que ordinariamente se expresa como hacer las cosas por vocación. Esta conciencia vocacional puede producir frutos excelentes, como en el caso de los llamados cristianos anónimos. Pero apenas es una actitud preparatoria o germinal hacia los valores de la fe.
Un segundo nivel, el fundamental, es el de la vocación bautismal. Es el llamado común a todos los cristianos, desde el cual el hombre se comprende como destinado a la unión con Cristo y a la edificación del bien común. La profesión se dimensionará en la línea del servicio comunitario. Es semejante a lo que ocurre a los niños pequeños. Han descubierto que pueden jugar fútbol, pero aún no han adoptado una posición en el equipo. Continúa existiendo cierta vaguedad, cierta imprecisión de objetivos.
Este nivel, aunque es muy valioso, es insuficiente. Ocurre con muchos creyentes, que lo son de modo genérico. No basta con saberse bautizado. Es necesario concretar la gracia bautismal en caminos específicos. Existen tres vocaciones específicas: la laical, la sacerdotal y la religiosa. Cuando hay conciencia de la vocación específica, la profesión es interpretada desde la función propia de cada uno. De modo que un sacerdote-arquitecto, un religioso-arquitecto y un laico-arquitecto ejercerán cada uno la misma profesión, pero desde distintos puntos de vista y con fines y formas de funcionamiento diversas. El sacerdote lo hará desde la función de la edificación de la comunidad cristiana, el religioso desde el punto de vista de la radicalidad evangélica y el laico desde el sentido de la secularidad.
Ciertamente la profesión, por su fin concreto, ya apunta a un para qué, pero al colocarse en el contexto de la vocación, este para qué se define más claramente. El ejercicio de la profesión se matiza y se cualifica desde la conciencia de la vocación cristiana y específica.
El contexto vocacional ofrece una respuesta a los problemas en torno a la falta de ejercicio profesional, como la jubilación y el desempleo. El fin específico permanece, aunque el medio pueda y deba ser otro. También ofrece un cauce para la integración de la profesión con las otras formas de vida que la persona vive. Todas se orientan al único fin.
Interesa especificar la relación entre profesión y vocación laical. Hay una característica de la Iglesia que suele desconocerse. Es la secularidad. Es decir, la referencia a las realidades temporales, a lo transitorio de este mundo. Así como Jesús comprendió su misión como enviado del Padre para el mundo, así la Iglesia se comprende a sí misma como enviada de Cristo para el mundo en sus condiciones actuales y transitorias. La Iglesia anuncia el mundo futuro, pero esto no implica un desprecio del mundo presente. Entiende que en su servicio en el tiempo presente, prepara y anticipa aquél mundo futuro que esperamos alcanzar.
Esto es tan importante, que toda vocación cristiana tiene una relación esencial con el mundo actual; son para la Iglesia y para el mundo. A la vez, la vocación laical se caracteriza por la secularidad. El laico se define como el que entrega su vida para ayudar a hacer el mundo mejor en lo que tiene de autónomo, de natural. Se trata de dar a las realidades temporales el orden que les corresponde en los designios de Dios: un mundo armónico, que corresponda cada día más al proyecto original de la creación.
La vocación de los laicos adquiere así una gran importancia. Viven una vocación propia. Sin ellos la Iglesia quedaría carente de esa dimensión secular que le es propia, perdería el sentido de su misma misión. Por su actividad en medio del mundo, los laicos se convierten en un signo de la presencia misteriosa de Dios que no sólo creó el mundo en un principio, sino también lo sostiene amorosamente. Son signo de Cristo, que no pasó indiferente ante el mundo, sino se encarnó, compartiendo nuestra condición.
Los laicos viven su vocación en diversas formas de vida: la soltería; el matrimonio y su continuidad en la viudez; la paternidad y la vida familiar; la profesionalidad que marca sus vidas de modo especial. La consagración secular, en la cual las personas se dedican de un modo total a ser un signo de Dios en medio del mundo; es una forma de consagración esencialmente laical. Por estas formas de vida los laicos van concretando su vocación en la secularidad.
Los laicos tienen su primera responsabilidad en el campo de la política, la ciencia, la economía, las artes, la ecología, la educación… también en la vida familiar, en la educación de los hijos, en los ambientes sociales… todas estas tareas son importantes en la misión eclesial porque el mensaje evangélico es precisamente para iluminar el mundo.
Hay un engarce profundo entre vocación laical en la secularidad y compromiso profesional, esencialmente secular. La profesionalidad es un camino para la vivencia fecunda de la vocación laical. Se adivina así una modalidad valiosa en la secularidad. No basta con que ejerza la profesión. El modo personal de ejercerla, bien situado en el contexto social cualifica y especifica su vocación.
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