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Foto del escritorEmilio Lavaniegos

Sentido espiritual de la profesionalidad

La espiritualidad no se puede reducir al cumplimiento de unas normas, ni consiste en una serie de rezos o de prácticas religiosas. La espiritualidad es un modo de vivir acorde con principios espirituales. Una persona no es más espiritual porque realice ciertas prácticas, sino porque traduce los valores espirituales en formas de comportamiento y en virtudes.

Considerando esta definición de la espiritualidad, se interpreta con mayor facilidad la espiritualidad laical como nuclearmente secular. Vivir la espiritualidad laical significa traducir el valor cristiano de la secularidad en modos de comportamiento y en virtudes que tienden a ordenar el mundo según el designio de Dios. Para conseguir este fin, los laicos realizarán una serie de prácticas religiosas, entre las cuales ocuparán un lugar importantísimo la oración y la participación en los sacramentos. Pero hay que comprender que estos son medios para un fin, que conserva su evidente carácter secular.

Vamos a intentar describir a continuación el sentido espiritual de la profesionalidad. Se trata de dibujar los rasgos humanos que caracterizan a un profesionista cristiano. Indudablemente estos rasgos podrán estar presentes, incluso de manera muy sobresaliente, en personas que no conocen la fe y obran movidos por su recta conciencia. Pero deberán hacerse presentes de modo particular en los creyentes

Ya hemos definido el rasgo ennucleador de la espiritualidad del profesionista en el artículo anterior. Brevemente, consiste en orientar el ejercicio profesional al bien común, sabiéndose trabajador de la viña del Señor y traduciendo estas convicciones en actitudes de disponibilidad y servicio, superando toda ambición y rivalidad. La profesión se orienta al bien del tú porque toda la persona se ha orientado al bien del tú. Ahora intentaremos definir algunos rasgos de comportamiento que derivan de esta visión fundamental de la profesión:

Invocas la presencia de Dios. En las diversas circunstancias del ejercicio de tu profesión, intentas hacer conciencia actual de la presencia de Dios. No hay una ruptura entre tus tareas profesionales y tu vida de fe. Ambas cosas son como un continuo. Al respecto decía san Francisco de Sales: Es necesario que te acostumbres a saber pasar de la oración a aquellas acciones que tu estado y profesión requieren… porque siendo uno y otro conforme a la voluntad de Dios, justo es pasar de lo uno a lo otro con espíritu de humildad y devoción.

Reconoces tus limitaciones. Si la clave del ejercicio profesional es el bien común, como profesionista tiendes a reconocer y no disimular tus limitaciones. Esto lo haces con humildad y sencillez. En la vida cristiana existe una profunda tradición en este sentido. El hombre es llamado desde el humilde reconocimiento de sus pecados, debilidades y limitaciones. Es precisamente en medio de las limitaciones donde se muestra la presencia y la fuerza de Dios. De modo especial los temas relacionados con tu profesión entran en tu dirección espiritual y tu confesión. De modo que conoces la experiencia del arrepentimiento y de la lucha espiritual también en ese campo en el que eres experto y por ello eres capaz de percibir los fallos.

Consultas otras opiniones. El reconocimiento de tus limitaciones te da la libertad para consultar opiniones de los colegas para llegar a decisiones más acertadas. No tienes problema de consultar porque te reconoces limitado en tu capacidad de juicio profesional. Ha echado raíces en tu interior un profundo amor a la verdad, de modo que amas más la verdad que tu propio juicio. Al dar este paso, estableces relaciones fraternas con los demás profesionistas de tu ramo o de otros ramos que están relacionados con él. Puedes relacionarte sin defensas porque buscas el bien y la verdad y no a ti mismo.

Procuras tu formación permanente. Esta misma aceptación de los límites te exige procurar la formación permanente. Sabes que necesitas actualizarte porque es la manera de servir mejor, procurando un verdadero bien a los demás. La apertura a la novedad de Dios, que ya es parte de tu existencia, te lleva a estar profundamente abierto a la realidad que tu profesión toca de manera directa. De modo que hay una sintonía entre tu experiencia de fe y tu interés por conocer y amar más y mejor la realidad.

Valoras justamente los bienes. El valor de la pobreza evangélica te lleva a adquirir una justa valoración de los bienes materiales, desde la cual adquieren la función de medios y no de fines. Consecuentemente sabes utilizar las cosas para un fin humano y pones siempre a las personas por encima de las cosas. Esto se dice especialmente del dinero. Estás muy en guardia ante la ambición de tener y de lucrar excesivamente con tu profesión. Intentas aplicar a tu vida el consejo de Cristo: Ganaos amigos con los bienes de este mundo (Lc 16, 9).


Tratas atentamente a los demás. Tu jerarquía de valores, según la cual las personas están por encima de todo, te lleva a cultivar buenas relaciones en la profesión y a tratar esmerada y amablemente a los demás. Las personas ocupan un lugar importante en tu vida y en tus actitudes, un lugar prioritario e incuestionable. Tu conciencia cristiana te lleva a desarrollar virtudes sociales tan importantes como la amabilidad, la servicialidad, el respeto… De modo que los demás se saben acogidos, recibidos y servidos en medio de tus deberes profesionales. Este sentido humano de las relaciones marca tu existencia porque las relaciones interpersonales son precisamente el primer medio para evangelizar los diversos ambientes sociales. La atención a los demás tiene además una exigencia interesante para el profesionista, en el sentido de que tiende a no prestar un servicio limitado al otro, sino englobante de la persona y de sus necesidades. De modo que es sentido por el otro como alguien que no sólo ofrece sus conocimientos, sino como quien le ha hecho un bien.

Haces presencia en ambientes difíciles. Nada más lejano de un profesionista creyente que huir de los ambientes difíciles. La aceptación de las propias debilidades te lleva también a aceptar las debilidades de los ambientes sociales y a intentar edificar el bien común en medio de ellos con una postura discreta, pero valiente. Cuando el ambiente es adverso tiene un gran valor permanecer allí, a veces viviendo un conflicto de valores y teniendo que elegir el mal menor. Una imagen evangélica preciosa que define el compromiso de fe en estas circunstancias es la de la levadura en la masa.

 

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