(Sb 16,5-14)
Seguimos con animales. La segunda y la tercera comparación están muy relacionadas. Aquí vuelven a aparecer los mosquitos, los tábanos y las langostas, como en la anterior, aunque aquí habla de langostas y moscas (Sb 16,9). Se detiene más, en esta comparación, en la parte de Israel. Egipto sólo ocupa los dos versículos del centro. No hace falta decir más, acaba de hablarnos de estas plagas.
La comparación por parte de Israel es la serpiente de bronce en el desierto. Si no recuerdas bien la historia le puedes echar un vistazo antes de leer nuestro texto (cfr. Nm 21,4-9).
Incluso cuando les sobrevino la terrible furia de las fieras
y perecían mordidos por serpientes sinuosas,
tu ira no llegó hasta el final.
6Para que escarmentaran, se les atormentó por poco tiempo,
pues tenían un signo de salvación como recordatorio del mandato de tu ley.
7Y el que se volvía hacia él se curaba, no por lo que contemplaba,
sino gracias ti, Salvador de todos.
8Así convenciste a nuestros enemigos
de que eres tú quien libra de todo mal.
9Ellos morían por las picaduras de langostas y moscas,
sin poder encontrar remedio para sus vidas,
pues merecían ser castigados por tales bichos;
10a tus hijos, en cambio, ni los dientes de las serpientes venenosas les pudieron,
sino que tu misericordia salió en su ayuda y los salvó.
11Las mordeduras, que se curaban enseguida,
les recordaban tus palabras,
no fuera que cayeran en profundo olvido
y quedaran excluidos de tu bondad.
12No los curó hierba ni cataplasma,
sino tu palabra, Señor, que todo lo sana.
13Pues tú tienes poder sobre la vida y la muerte,
haces bajar a las puertas del Hades y haces regresar.
14El hombre, en cambio, puede matar con su maldad,
pero no puede devolver el espíritu que se fue,
ni rescatar el alma ya prisionera.
Como siempre nuestro amigo, el autor, es un poco exagerado, ya lo conocemos. Según él las langostas y las moscas mataban a los egipcios sin que hubiera remedio para su vida (cfr. Sb 16,9). Es verdad que las langostas arrasaron con las cosechas y eso pudo producir muertes por hambre, pero en el texto del Éxodo no encontramos nada que apoye esa interpretación.
Y, sin embargo, a los Israelitas las serpientes venenosas les mordían, pero las heridas se les curaban pronto (cfr. Sb 16,10-11). Aunque el relato nos habla de que hubo muchas muertes por causa de las serpientes (cfr. Nm 21,6). También es cierto que a nuestro autor parece que se le ha olvidado que la causa de las serpientes venenosas son las murmuraciones del pueblo contra Yahveh.
Sí que aparece explícitamente la cólera de Dios, pero inmediatamente nos explica que sólo fue por poco tiempo, y que era para su bien (cfr. Sb 16,5-6). Recuerda que el autor tiene mucho interés en preservar a sus lectores para que no caigan en el error de la idolatría, y mucho menos en el culto a los animales. Así que aquí tiene que dejar bien claro que quien salva a los mordidos no es la imagen de la serpiente puesta en lo alto de un poste, sino el mismo Señor. Y en esto insiste el texto. Igual que la palabra de Dios ha creado todo lo que existe, así, ella misma, va a curar del veneno mortal (cfr. Sb 16,12). Ni se nombra a la serpiente de bronce, sino que se alude a ella llamándola signo (Sb 16,6).
Sabemos que en la tradición de Israel aparece que esta serpiente de bronce del desierto fue guardada durante mucho tiempo, y que existió siempre el riesgo de que los israelitas le pudieran rendir culto, como si fuera un dios. Esto fue lo que llevó al rey Ezequías a decretar su destrucción, para evitar ese peligro (cfr. 2R 18,4). Sobre la serpiente de bronce y la posibilidad de aplicarla a Cristo no necesitamos imaginar nada. Él mismo se la aplicó cuando habló de su muerte en la Cruz. Según el modo de hablar propio del evangelista concibe la muerte en Cruz como una exaltación para mostrar a todos los pueblos de la tierra el amor de Dios hacia el mundo: y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre (Jn 3,14).
Otro contraste, me parece a mí, se puede descubrir en este párrafo. Los mordidos quedaban salvados por Yahveh, sanador de todos. Este modo de hablar de Dios seguro que le era familiar a los primeros lectores del libro. Estamos en la época de pleno auge de Octavio Augusto. De él se decían muchísimas cosas buenas. Uno de los atributos que encontramos en las inscripciones es “salvador de toda la raza humana”, y como ese muchos. Y el autor nos explica, con toda la claridad, que el único salvador es Dios. Él es el único que puede devolver la vida, el que da vida eterna.
Los hombres, por muy poderosos que sean, a lo más que llegan es a arrebatarla. Y esto tampoco es que sea de gran utilidad para los demás. Sin decir más, y hablando de un acontecimiento antiguo, nuestro autor compara la autoridad del emperador, con la del Señor. Y Octavio Augusto sale perdiendo por goleada en esta comparación.
Vuelve a aparecer la inmortalidad, como ya vimos en los primeros capítulos del libro. Como nos vamos acercando al final hay temas del principio que vamos a ver reflejados como en un espejo. De hecho, esto de la inmortalidad, sirve también de enganche con la comparación siguiente. De eso nos va a hablar pronto.
Una cosa más y ya te dejo. Te he dicho varias veces que toda esta parte del libro es un recuerdo que se convierte en oración. Y para que no se nos olvide, valga la redundancia, en esta comparación nos lo recuerda, y además por dos veces. Que no se nos olvide. ¿Por qué permitió el Señor las picaduras venenosas de las serpientes a los hijos de Israel? Para su bien, te he dicho antes, y es verdad. Las permite como recuerdo (Sb 16,6). Usa exactamente la palabra que da lugar a nuestro término “anamnesis”. Y para que no se te olvide te lo repite unos versículos más abajo: para recuerdo de tus palabras (Sb 16,11). Pues eso, les dice el autor a sus contemporáneos, y nos dice el Señor a ti y a mí. No olvides todo lo que ha hecho Él por ti, cómo te ha cuidado a lo largo de tu vida. Si se te olvida eso puede aparecer cualquiera y a lo mejor te crees que él es el salvador universal. Grave error sería.
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