“¡Son un ejército!”, exclamó mi querida compañera Isabel al contestarle que seis de mis ocho hijos iban a la JMJ. Esta exclamación me ha hecho reflexionar sobre la importancia de estas Jornadas Mundiales de la Juventud.
Me siento orgullosa de haber participado en mi juventud en alguna de ellas. La primera vez que fui al encuentro del Papa fue en el año 1984 con motivo del Jubileo de los jóvenes que tuvo lugar en el mes de abril en Roma. Más tarde, volvería a escuchar al Papa en el Monte del Gozo, en Santiago de Compostela, en agosto de 1989. Después de pasar la noche del sábado allí, pudimos escuchar a Juan Pablo II anunciar a Jesucristo Resucitado como el Sol que venía a iluminarnos en esa mañana.
El Papa nos exhortó a ser auténticos, y a ser apóstoles, ya que nadie podía reemplazarnos en esta misión. Todas sus palabras y todo lo que se vive con los testimonios y demás encuentros vocacionales, no se echa en saco roto, sino que penetra en el alma y la va transformando y conformando según el sentir de Dios. Esto es así, porque es Dios mismo quien habla a través de sus profetas.
Sé de buena tinta que estos encuentros dan como resultado muchos frutos, a saber, chicos que se sienten llamados al sacerdocio y chicas a la vida consagrada. Otros, reafirman el deseo de contraer matrimonio y otros tantos, como es mi caso, encontramos al compañero de la vida.
Volví a la JMJ de Madrid del año 2011 junto a toda mi familia. Mis cuatro hijos mayores con una Parroquia de Murcia, y mi marido y yo, con los cuatro hijos pequeños, con nuestra parroquia de Yecla. ¡Impresionante la Adoración al Santísimo con Benedicto XVI!
Mañana marchan mis hijos al encuentro del Señor junto a miles de jóvenes de todo el mundo. Este pequeño ejército se une a tantos guerreros y forman un gran ejército.
“Y si la trompeta solo emitiese un sonido confuso, ¿quién se prepararía para la batalla?” (1Cor 14, 8). Los jóvenes necesitan escuchar el sonido del anuncio del Evangelio tal y como es, auténtico, radical, sin doblez, esto es lo que les llama a seguir a Jesús. Este, con su palabra liberadora, viene a rescatar a tantos jóvenes (y no tan jóvenes) que viven esclavizados por una sexualidad banalizada, una ideología de género que corrompe las mentes y les hacen no saber ni lo que son, un abuso de sustancias nocivas como el alcohol y el tabaco y un abuso de las tecnologías y de las redes sociales que los hacen vivir en un mundo irreal. Para esto están las Jornadas Mundiales de la Juventud, para escuchar la voz de Cristo que es una voz joven, como en tantas ocasiones nos lo dijo san Juan Pablo II. Él nos invitaba a no buscar las cosas fáciles sino a buscar el “Bien”. Por eso, el sonido de la trompeta debe ser nítido.
Estas jornadas no son un folclore, son momentos de oración acompañado de otros momentos de diversión. Es maravilloso ver cómo el Señor atrae a los jóvenes con lazos humanos como dice el profeta Oseas: “Los atraía con cuerdas humanas, con lazos de amor …”. Se vale el Señor de la compañía de otros jóvenes para hablarles al corazón y,
¡cuántos noviazgos han salido de estos encuentros!
El Señor necesita en cada generación “valientes soldados”, apóstoles, que con su vida certifiquen que hay otra manera de vivir sin seguir las doctrinas de este mundo, doctrinas que destruyen al hombre. Constatamos en nuestro día a día, como esta sociedad vive para sí misma, muy pendiente de sus gustos, de los placeres de la carne, de la idolatría del dinero, del “ser”, … Dios nos abre otra perspectiva, la perspectiva de la Cruz Gloriosa de Cristo Resucitado. En ella está la salvación de esta generación ya que nos inserta en ella y nos posibilita a vivir, no siguiendo las apetencias de este mundo caduco sino viviendo con los ojos puestos en Aquel que nos amó antes de ser concebidos en el seno materno.
Por consiguiente, todos los jóvenes son “un ejército inmenso” que marcha a Lisboa a escuchar el sonido de la trompeta y, estoy convencida, que este sonido será tan nítido que los pondrá en movimiento. Volverán a sus casas, pero no serán los mismo ya que en su corazón habrá una esperanza, resonará un grito, el grito del santo Papa Juan Pablo II: “¡Abrid las puertas a Cristo!”; el grito del Papa Benedicto XVI: “¡El Señor no quita nada y te da todo!”; el grito del Papa Francisco: “¡Él vive y te quiere vivo!”
¡Joven, Cristo no te quiere esclavo sino libre! Este ejército es el de la Virgen María: gente libre, sin miedo a la muerte, diciendo la verdad porque solo “la Verdad nos hará libres”.
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