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Foto del escritorLuis Emilio Pascual Molina

Universalidad

Domingo XX del Tiempo Ordinario – Ciclo A


“¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben!”. Son palabras del salmo de hoy, pero son al mismo tiempo una realidad constatable. Sólo hay que recorrer nuestras calles y nuestros templos, especialmente en los lugares turísticos, y comprobar la riqueza de rostros y lenguas. Sólo hay que viajar más allá de nuestras fronteras acompañando a jóvenes en peregrinaciones y encontraremos una fe universal, fuerte, dinámica… Bastaría con recordar la imagen de un millón y medio de jóvenes de cientos de países y culturas en Lisboa, de rodillas ante el Santísimo el pasado día 5.


Ezequiel profetizaba de parte de Dios: “Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los pueblos…”. Isaías también anunció: “Yo vengo a reunir a todas las naciones… y de entre ellos tomaré sacerdotes para mí...”. Y el mismo Jesucristo tras la resurrección envía a sus apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos de todas las gentes”. Son algunos ejemplos de la universalidad del amor de Dios, de la universalidad de la salvación. Según la concepción del Antiguo Testamento la humanidad se dividía en dos bloques: Israel y la gentilidad o los paganos. La salvación era considerada por muchos en Israel como un patrimonio suyo; toda la historia de Israel es un movimiento pendular entre el particularismo exclusivista y el universalismo.


La liturgia de este domingo nos presenta la realidad de la verdadera ruptura de fronteras, la universalidad del mensaje cristiano: las tres lecturas nos indican que la salvación es patrimonio de toda la humanidad: Isaías abre las fronteras de su pueblo; la mujer cananea -extranjera- es pionera de la fe en Jesucristo, como lo fue el centurión romano; y Pablo, en su carta a los cristianos de Roma, quiere despertar los celos en los judíos para que también ellos acepten la salvación que trae Jesucristo, porque le duele que habiendo sido ellos los depositarios de la misma se queden al margen de ella.


Hoy día no estamos tan lejos. ¡Cuántos particularismos que engendran división y exclusividad, cuántas veces vivimos la apropiación de Dios para beneficio propio! ¡Qué poca apertura a la catolicidad -universalidad- en tantas personas y grupos! Y me refiero tanto a la cuestión ecuménica entre las religiones como ad-intra de la Iglesia, entre los grupos, espiritualidades o movimientos de la Iglesia.


Jesús, en su vida terrena buscó la respuesta de fe de quien le escuchaba; hoy busca la tuya, la mía y la de aquél que aún no le conoce. ¿Nos abriremos a su Palabra y estaremos dispuestos a la apertura, a la acogida al hermano y la misión, o pretenderemos ser los poseedores en exclusiva de Dios y su salvación?


Y es que la Fe no crea guetos, no divide, no es exclusivista… No lo olvides, la fe rompe fronteras y hace que los hombres se hermanen en Cristo.


Y esta misma fe nos hace unirnos hoy en la oración por los fallecidos y heridos en accidentes de tráfico, por las víctimas de conflictos bélicos o de violencias de todo tipo, por los que siguen muriendo en el Mediterráneo buscando un futuro… así como por los causantes de todas estas situaciones de sufrimiento y muerte.

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