Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo B
Existe una vaga creencia que el mundo y la historia humana terminarán con una catástrofe. En 2009 llegó a los cines la película “2012”, que situaba el fin del mundo en este año según el calendario Maya, con todo juego de efectos especiales de destrucción y desastres cósmicos. Se acabó el año 2012, han pasado casi doce años más, y… nada. Hoy, el evangelio de Marcos, rechaza los presagios apocalípticos; además, no son los poderes de este mundo los que determinarán el fin del mundo porque, como nosotros, “desconocen el día y la hora…”. El destino está solo en manos de Dios: el Reino de Dios se inaugurará de forma definitiva, pasarán esta tierra y este cielo para dar lugar a “una tierra nueva y unos cielos nuevos” en donde el día no tendrá ocaso.
Aquel que cree en la Palabra de Dios, aquel que se confía a las manos amorosas del Padre, está en vela constante en espera de su llegada, pero no teme; y descubre en los signos su presencia: “… él está cerca, a la puerta”. Cristo nos ha precedido “para prepararnos el lugar”. Gracias a Jesucristo, el Señor, que nos ha enseñado a esperar el futuro viviendo -activa y plenamente- el presente, la segunda venida del Señor no puede suscitarnos miedo ni angustia, porque es una promesa, no una amenaza. La vida cristiana se alimenta de esta promesa… ¡Vivimos en la esperanza!
Lo que sí es cierto es que el Señor vuelve. ¡Volverá, y juzgará! Y “muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua”. El juicio, como diría San Juan de la Cruz, consiste en la pregunta sobre el Amor; nuestras obras se harán presentes: si hemos amado, habremos vivido en el don y la felicidad, habremos “gozado la vida”, y ahora contemplaremos cara a cara al Amor; si no hemos amado, ya habremos experimentado la vaciedad de la vida, el sin-sentido existencial, el infierno, y ahora continuaremos en las tinieblas y la soledad.
La VI Jornada Mundial de los pobres que hoy celebramos nos hace presente la transitoriedad de la vida y la fragilidad de tantos hermanos. Para los “instalados en este mundo”, en la ambición, el dinero, el lujo y el poder, todo hecho histórico que sacuda sus cimientos terrenos, y todo signo de que “esto se acaba”, son una mala noticia. Para los que han creído en el Hijo y son llamados a vivir como “testigos del mundo futuro”, y por tanto “no se ‘casan’ con este mundo”, esos mismos acontecimientos son libro abierto en el que se puede leer: “Historia de Salvación”.
El Salmo 15, que hoy proclamamos, viene en nuestra ayuda: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti… mi suerte está en tu mano… con Él a mi derecha no vacilaré… Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena, porque no me entregarás a la muerte…”.
¡Qué maravilla poder experimentar esta salvación y esta paz! ¿Por qué sufrir, por qué temer? Si “el Señor es el lote de mi heredad”… ¿quién me hará temblar?
¡Que se pase ya este mundo! ¡Que llegue el Reino de Dios!
¡Ven, Señor Jesús! ¡Maranatha!
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