Es verdad:
Si no tuviésemos la funesta inclinación de huir de nosotros mismos, si la contemplación de nuestro interior no nos repugnase en tal grado, no nos sería difícil descubrir cuál es la pasión que en nosotros predomina. Desgraciadamente, de nadie huimos tanto como de nosotros mismos […], viviendo tan solo con esa vida exterior que no le deja a uno tiempo para pensar en sí mismo 1️⃣.
Con estas palabras termina Balmes (1810-1848) su obra El Criterio de 1843 y que evocan, a mi juicio y en este itinerario de Luz y Resurrección en el que aún nos encontramos, aquel pasaje lucano, que proclamábamos hace unos domingos en nuestras Celebraciones, de esos dos personajes un tanto huidizos que, como cualquiera de nosotros, caminan por la vida desde su personal Jerusalén hacia esa particular Emaús que también cada uno de nosotros tiene. Es el evangelista Lucas quien nos dice que “aquel mismo día, dos ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido” 2️⃣.
Quizá, no lo sabemos exactamente, Jerusalén representaba para ellos el fracaso, la decepción y la frustración de las que hay que huir cuanto antes, poner tierra y tiempo de por medio; quizá, no lo sabemos, simboliza tantas esperanzas truncadas de las que es mejor pasar página, dejar atrás y olvidar lo antes posible. Emaús promete, pues alejándonos del lugar de los hechos todo se olvidará y se superará rápidamente.
Sin embargo, y permitidme la expresión, todo bulto lleva su sombra; donde tú vayas tu situación irá contigo, no puedes inhibirte de ella. Es Cristo, entonces, quien se acerca a estos dos caminantes, uno Cleofás, el otro puede ser cualquiera de nosotros, e intenta, ante todo, hacer silencio en sus vidas preguntándoles “y ¿qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?” 3️⃣ porque, quizá, el Resucitado sabe que la conversación más difícil de silenciar, muchas veces, es la que llevamos con nosotros mismos.
Y continúa Lucas diciendo que “llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminado; pero ellos lo apremiaron, diciendo: quédate con nosotros”. 4️⃣ El Señor, con toda probabilidad, quiere quedarse, pero quiere que tú se lo pidas, quiere que tú tengas necesidad de él; pídemelo tú, quiero que me invites a quedarme en tu vida. Yo quiero hacerlo, pero prefiero que tú libremente me lo pidas, y entonces, continúa Lucas, “entró para quedarse con ellos” 5️⃣. Y es en este momento cuando, los de Emaús, reconocen a Aquel que puede animar, consolar, fortalecer, iluminar y, por qué no, ayudar a afrontar sus miedos y fracasos, decepciones y frustraciones, por lo que, “levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén” 6️⃣.
Paradójicamente vuelven de donde huían, pues ahora sí, es el momento de afrontar una vez por todas, con la experiencia del Resucitado en sus vidas, esa Jerusalén que tanto miedo daba, esa Jerusalén que no querían ver más en la vida, esa Jerusalén que tan malos recuerdos les traía. La realdad es la que es, Jerusalén es la misma, ha cambiado poco en apenas un día, pero ahora se afronta de manera distinta. El Resucitado ha entrado en sus vidas.
Pero, volvamos Balmes que nos sugiere que:
Si el hombre no fija nunca su mirada en su interior, si obra según le impelen las pasiones, para él llegan a ser una misma cosa pasión y voluntad. Así la razón no es señora, sino esclava; en vez de dirigir, moderar y corregir con sus consejos y mandatos las inclinaciones del corazón, se ve reducida a instrumento de ellas 7️⃣.
Para terminar con Maritain (1882-1973) para quien, haciendo suyas las palabras de Píndaro, “nada es más importante para cada uno de nosotros, o más difícil, que llegar a ser una persona” 8️⃣. Pero, bueno, esto ya es otro tema y para otro momento.
1️⃣ Balmes, Jaime. El Criterio, BAC, Madrid, 2011, p. 234.
2️⃣ Lc. 24, 13-14.
3️⃣ Lc. 24, 17.
4️⃣ Lc. 24, 29.
5️⃣ Lc. 24, 29.
6️⃣ Lc. 24, 33. 7️⃣ Balmes, Jaime. El Criterio, o.c. p. 235.
8️⃣ Maritain, Jacques, La educación en la encrucijada, Palabra, Madrid, 2008, p. 18.
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